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26/03/2020
Que todos los cisnes sean blancos es algo normal. Todos lo tenemos más o menos internalizado. Que aparezca uno de otro color sería algo extraño, rompería todos los moldes. Pero eso no quiere decir que algo que la ciencia, la historia, la tecnología y el mundo de la política juzgan como improbable sea definitivamente imposible.
La pandemia del coronavirus es, con todas las letras, un Cisne Negro. Por su imprevisibilidad, su impacto y sus consecuencias, que todavía están más allá de nuestra imaginación, esta crisis global está llamada a transformar al mundo.
La Gripe Española de principios de siglo XX, el Ébola, la Gripe A, la caída del muro de Berlín y hasta los atentados a las torres gemelas, pueden ser catalogados como eso que jamás pasaría pero que, sin embargo, pasó. Esas cuestiones extraordinarias que, con el diario del lunes, la mayoría termina admitiendo que, en realidad, bien hubieran podido verse venir.
A nivel político, en nuestro país, los enfrentamientos han venido siendo la constante. Unitarios y federales; peronistas y antiperonistas; procesistas versus demócratas, y pretendidos nacionales y populares contra supuestos neoliberales.
El 2 de abril de 1982 apareció el penúltimo Cisne Negro de nuestra historia de la mano temblorosa de un general pasado de alcohol. Declararles la guerra a los ingleses y recuperar las Malvinas por la fuerza fue un tremendo catalizador que unió a la enorme mayoría de los argentinos. Se generó así una causa común cuyo sustento era legítimo y su puesta en práctica una locura. La guerra se utilizó así, como prenda de unión, para intentar sacar provecho de ella buscando eternizar a los militares en el poder. La manipulación política de una causa emocional y soberanamente muy profunda fue alevosa. Y todos sabemos cómo terminó.
La aparición de Covid-19 es el Cisne Negro que tenemos entre nosotros. Con su avance, hasta el momento ciego e implacable, está consiguiendo lo que hasta hace unos pocos meses atrás todos dábamos por prácticamente imposible. Es que su irrupción ha conseguido borrar prácticamente las diferencias políticas irreconciliables para hacer frente a un mal real, común y de alcance insospechado.
Gobierno y oposición hoy están juntos porque primero está la gente. Ser opositor al gobierno –como es mi caso– no me obliga a criticar por criticar sino a ayudar a construir aún desde la diferencia. Por eso no me tiembla el pulso al afirmar que el gobierno, más allá de errores iniciales de previsión de su Ministro de Salud, está tomando medidas acertadas. Medidas que merecen no sólo el apoyo de la oposición sino el acatamiento popular.
La velocidad con la que se suceden los acontecimientos viene dificultándole la labor a las instituciones colegiadas ya que resulta prácticamente imposible poder legislar sin correr por detrás de los acontecimientos. Por eso, el interbloque de senadores y diputados de Juntos por el Cambio, está acudiendo a todas las reuniones a las que el Presidente de la Nación nos convoca y hemos ofrecido toda nuestra colaboración para hacer frente a la crisis. La interacción y colaboración entre jurisdicciones también es un hecho digno de resaltar. La coordinación en la zona del AMBA para lograr mantener a la gente en sus casas y evitar la proliferación del virus viene siendo admirable y exitosa.
Estamos frente a un enemigo invisible que, por ahora, no tiene más cura que el compromiso social de inmovilización. La pandemia le está dando todo el brillo que siempre merecieron a quienes integran al sistema de salud, a las fuerzas de seguridad y a miles de personas anónimas que tienden su mano solidaria a algún vecino con factor de riesgo para ayudarlos a hacer sus compras y que así puedan quedarse en casa.
En los próximos días habrá muchas decisiones que tomar: hay que ayudar económicamente a los cuentapropistas, hay que suspender y diferir –mínimo por tres meses– los pagos de alquileres, facturas de luz, agua, energía eléctrica, gas, telefonía en todas sus formas, internet, televisión por cable y vencimientos de tarjetas de crédito. También habrá que modificar la Ley 27.541 de Solidaridad Social y Reactivación Productiva cuyo artículo 8 había previsto una moratoria impositiva con plazo hasta el 30 de abril y, que a mi entender, debería aplazarse hasta el 31 de julio. Esto ayudará a los contribuyentes MiPyMEs y Personales así como a los estudios contables. Lo mismo debería ocurrir para quienes hayan decido repatriar sus capitales financieros.
No es tiempo de especulaciones políticas de ningún tipo. Quien use la crisis para sembrar la división y el odio será barrido por
este formidable Cisne Negro que también nos está mostrando (y haciendo vivir) una gran oportunidad: la de terminar con las diferencias que no conducen a nada más que al atraso y profundizan nuestra debilidad como nación.
Ojalá que la unidad, el sacrificio y el esfuerzo colectivo que esta pandemia está proyectando no sean en vano y que la lección que estamos aprendiendo sea duradera. El país lo merece.
(*) Senador Nacional por Tierra del Fuego